Os dejo aquí una pequeña historia que he escrito esta mañana. No estaba muy segura de compartirla, pero dado que ha obtenido algunas buenas críticas me animo a hacerlo. Espero que os guste y disfrutéis tanto yo escribiéndola.
Recuerdo perfectamente cada detalle de ese día. No dejaba de
llover y yo corría, pero no por la lluvia. Corría porque huía de algo, huía de
un dolor desgarrador y punzante, de esos que te ahogan la respiración y
envenenan tu cabeza. Mis lágrimas se mezclaban con el agua de la lluvia mientas
cruzaba el parque, al principio evitando los charcos, después pisando cada uno
de ellos dejándome llevar por la tristeza y el abatimiento.
Entré en casa encontrándome de lleno con mi madre que
comenzó a gritarme furiosa por lo embarrada que llegaba. Evidentemente yo no
estaba para sermones, así que en un descuido me escurrí para acabar encerrándome en el baño. Mi
madre, tan buena como era y como sigue siendo, me siguió y me pidió amablemente
y con toda la dulzura del mundo que abriese la puerta.
-María, por favor. No es el fin del mundo.
-Sí mamá, tú no lo entiendes, pero no habrá otro igual. Era
especial, y ahora… ahora está todo roto, no tiene arreglo.
-Ya lo sé, cariño. Lo creas o no a todos nos ha pasado
cuando éramos más pequeños, pero la vida sigue y claro que habrá otro más
especial, al que querrás más y con el que te divertirás el doble.
-¿Me lo prometes?
No sé cómo, pero las madres tienen la capacidad de hacerte
creer cualquier cosa y proporcionarte una enorme paz interior. Sólo necesitaba que
de su boca salieran las palabras adecuadas para que mi mundo dejase de ser tan
gris y se volviese del color azul intenso que tenía casi todos los días.
-Te lo prometo. Todo va a ir bien.
Salí del baño, secándome las últimas lágrimas y con los ojos
aún rojos de la llorera. Abracé a mi madre y pude sentir todo su amor
arropándome.
-Esta tarde iremos a la tienda y podrás elegir el juguete
que quieras. – me dijo.
- ¡¿El que yo quiera?! – el peor de mi vida hasta entonces
de pronto se tornó como el mejor de todos.
Esa mañana mi revoltoso compañero de clase, Luis, había
destrozado mi precioso conejo de peluche, y no había podido evitar cogerme un
enorme berrinche de camino a casa. Sin embargo, el abrazo de mi madre, la
promesa de que todo iría bien, el futuro nuevo juguete y los macarrones con
tomate y carne picada que tenía para comer, me hicieron olvidar la tristeza que
tanta desolación me había causado unas horas antes.
Es bonito hacerse mayor, pero la inocencia de aquella niña
ya no está.
Se me olvidaba comentar que le he dado algo de forma al blog y he añadido en la página principal dos apartados: "sobre mí" y "sobre ti". Lo que más me interesa que leas es "sobre ti" ya que es un regalo que os he querido hacer a todos como lectores.