martes, 25 de marzo de 2014

Si algo tiene solución, ¡soluciónalo!

Un mes sin escribir. No tengo una gran excusa para explicar mi ausencia, hice un curso de edición de vídeo y supongo que me involucré más en ello, apartando esto por un tiempo.

Ayer me compré los mismos cascos que me había comprando hace dos semanas. ¿Por qué? Porque el viernes pasado yo iba escuchando música tranquilamente mirando a través de la ventanilla de un autobús cuando alguien decidió llamarme. Al ir a contestar desenchufé los cascos del móvil dejando que descansaran sobre el asiento contiguo, y con las prisas (y mi mala cabeza) bajé del autobús abandonando mis cascos...

¿Por qué hay veces que cosas tan simples o sin importancia nos amargan el día? Es como una constante necesidad de queja. Buscar algo que no nos guste o que haya salido mal y descargar toda nuestra ira y frustración hacia eso, imaginando siempre que nuestra situación es peor que cualquier otra. Recuerdo que un buen amigo me dijo una vez "si algo tiene solución, ¡soluciónalo!, y si no tiene solución ¿por qué vas a castigarte pensando una y otra vez en ello?". Constantemente viene a mi cabeza esa frase, pero me cuesta tanto no darle vueltas a las cosas. Necesito seguir buscando una solución aún cuando sé casi con total seguridad que no la hay. Necesito repasar qué hice, qué no hice, qué hice mal... e imaginarme cómo hubiese acabado si la situación se hubiese desarrollado de otra manera. Pero bueno, últimamente estoy intentando ser más racional, así que cuando vi que había perdido mis nuevos cascos maldije cincuenta veces a quien me había llamado (siempre es más sencillo echarle la culpa a otro que a nosotros mismo, ¿no lo sabías? Es algo que la mayoría de la gente hace) y volví tranquilamente a mi casa pensando que lo único que podía hacer era comprarme otros.

Estoy intentando también quedarme con esas pequeñas cosas que te dan felicidad y te hacen sentir especial, evitando pensamientos negativos que no aportan nada y que sólo sirven para ahogar tu sonrisa. En esta línea, cada vez que pienso en cuando me vaya a vivir fuera se me viene a la mente todo lo que echaré de menos. Aparte de la familia y los amigos, algo obvio, una de las cosas que más me duele dejar aquí son los paseos acompañados de conversación por las calles de Madrid. Esos momentos son mágicos y creo que en ellos siempre ocurre algo especial (por insignificante que sea) que merece la pena guardar en la memoria por si necesito recurrir a él en un mal día. Esos momentos son purificadores, son nuestros, son míos, y no quiero que desaparezcan.

Lo mejor de todo es que hace un año casi no conocía nada de mi ciudad, pero poco a poco he sabido admirarla (o han sabido mostrármela), tanto por su belleza como por la parte de mí que he ido escondiendo en ella. No soy partidaria de quedarme en el pasado, de hecho por lo general soy más de viajar al futuro (aunque intento permanecer en el presente), pero recuerdo con simpatía el verano pasado y eso es lo que quiero, un nuevo verano igual de feliz, sin complicaciones, sin preocupaciones, tranquilo.

1 comentario:

  1. Tienes que mirarlo desde el lado bueno:
    1. Alguien tiene unos cascos nuevos.
    2. Por lo menos no es la bici ni ha sido un robo.

    ¡Bienvenida de vuelta al mundo Blogger!

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